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La realidad internacional y la lucha cívica en Nicaragua

Por Víctor Hugo Tinoco

Publicado originalmente en la Revista Envío

Lo que hoy estamos viviendo en Nicaragua, esta lucha cívica contra la dictadura de Ortega está influenciado por lo que está pasando en América Latina. Y a su vez, lo que está pasando en América Latina está afectado por lo que está ocurriendo a nivel global. Sin pretender hacer una elaboración a fondo sobre lo que está pasando y cambiando en el mundo, quiero mencionar algunos elementos que me parecen importantes a tener en cuenta para entender mejor el contexto en el que se da ha dado nuestra lucha cívica contra Ortega.

Empecemos por los elementos globales. El primer cambio mundial a señalar es que en buena parte del mundo se está rescatando la importancia que tiene en las relaciones internacionales, en las relaciones entre los Estados, el respeto a los derechos humanos, un tema que no era destacado ni en los años 60, ni en los 70 ni tampoco en los 80. Aunque ya en esos años se había proclamado la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en la política internacional se la veía como un texto más bien simbólico.

Antes incluso de que existieran las Naciones Unidas ya se hablaba en el mundo de los derechos humanos, pero en las relaciones entre las naciones operaba otra dinámica. Lo que contaba en la dinámica internacional era la fuerza y el poder militar, y los derechos humanos se veían como un decálogo que estaba ahí, pero no tenía mayor influencia. Fui embajador de Nicaragua en Naciones Unidas en 1979 y 1980 me acuerdo con qué naturalidad se veía al delegado de una nación democrática sentado al lado del delegado del dictador Idi Amin Dadá de Uganda, qué frecuente era ver mezclados a los representantes de democracias con los representantes de dictaduras. Y nadie decía nada. Nosotros nos sentábamos al lado de los delegados de las dictaduras militares que en esos años aún había en América Latina. Nadie tenía en cuenta que en otros países se violaban los derechos humanos, porque en Naciones Unidas el concepto que pesaba, el que valía, era el de la no injerencia, el de la no intervención: No te metás conmigo y yo no me meto con vos.

Durante mucho tiempo las expresiones más desarrolladas de la Humanidad habían priorizado la importancia de los derechos humanos en las relaciones internacionales. Nunca las naciones habían buscado cómo conciliar la no injerencia y la no intervención con el respeto a los derechos humanos entendiéndolo como un valor universal. Nunca había habido un debate, una reflexión sobre qué hacer en casos de países en los que había una violación flagrante y evidente a los derechos humanos, nunca se había llegado a la conclusión de que ante esto ninguna nación puede quedar impasible. Esa conciencia ha empezado a desarrollarse muy recientemente, hoy está más desarrollada en unos países que en otros, en unas sociedades que en otras. En el mundo occidental, al que pertenece América Latina, es donde esta lógica ha evolucionado más.

En nuestro hemisferio, y a la par de la conciencia en la importancia de los Derechos Humanos, se ha desarrollado la conciencia en la importancia de la Democracia, entendiéndola también como el respeto al derecho humano a elegir a los gobernantes por vías transparentes. En América Latina todo esto se plasmó inicialmente en el Pacto de Bogotá (1948) y se concretó de una manera más completa en la Carta Democrática Interamericana (2001) de la OEA, un texto que contiene los compromisos de los Estados de nuestro hemisferio a respetar la democracia y los derechos humanos en el ejercicio de sus gobiernos.

Hago aquí un paréntesis para decir que la toma de conciencia mundial sobre la importancia del respeto a los derechos humanos que deben garantizar los Estados es lo que hace hoy ilegítimo a Ortega ante la comunidad internacional. Porque, aunque Ortega venía haciendo fraudes electorales desde 2008 para concentrar poder, irrespetando el derecho humano a elegir a sus gobernantes por vías transparentes, lo que hoy lo ha desacreditado ante el mundo no tiene una base en lo electoral. Es su irrespeto a la vida, la grave violación del derecho humano más básico, la vida, los crímenes de lesa humanidad que ha cometido desde abril, los que lo hacen ilegítimo moral y políticamente.

Otro elemento que quiero resaltar para que se perciba y se entienda mejor lo que está pasando hoy en América Latina y en Nicaragua es la evidencia de que en los últimos años se viene desarrollando un proceso de entendimiento entre las dos superpotencias militares sobre la seguridad mutua, sobre cómo convivir. Me refiero a Estados Unidos y a Rusia. Creo que no podemos entender lo que está pasando hoy en América Latina si no partimos de ver que en el último año y medio se viene instalando una especie de entente no escrita entre estas dos superpotencias, traducida en que la base de esa convivencia sea el respetarse ambos las zonas inmediatas de influencia. Ésta es otra realidad política global que no debemos perder de vista para entender cómo se mueven hoy las cosas en Venezuela o en Nicaragua.

Son muchos los analistas que vienen hablando de esa entente, de ese acuerdo no escrito. Y ponen como muestra el viaje que octubre de 2018 hizo el Consejero de Seguridad de Estados Unidos John Bolton a Moscú. Después de ese viaje vimos planteamientos cada vez más duros de Estados Unidos en relación a su zona adyacente, que es América Latina. Sin duda, los hace Estados Unidos después de un dame que te doy, de un quid pro quo que tiene que ver con las relaciones de Rusia con los países de su zona adyacente: Ucrania, Crimea, los Países Bálticos…

Fue al mes siguiente de ese viaje, en noviembre, que Bolton habló en Florida sobre “la troika de la tiranía”: Venezuela, Nicaragua y Cuba, sin que hayamos escuchado ninguna reacción de Rusia, prácticamente casi un mutismo. Desde entonces, el gobierno ruso ha estado reaccionando de forma no confrontativa en el caso de Venezuela, llamando a un entendimiento, a que se busquen salidas por la vía del diálogo. Sólo cuando empezaron a sonar con más fuerza tambores de guerra, y había el riesgo de una invasión militar alzó algo más su voz. En el caso de Nicaragua aún no hemos escuchado nada.

Esta entente entre las superpotencias no es nada nuevo. La vivimos nosotros en Nicaragua al final de los años 80. La negociación del fin de la guerra de aquellos años se dio por el entendimiento entre las dos grandes potencias, Estados Unidos y la Unión Soviética. Ambas empezaron a forzarnos a una salida. Al gobierno sandinista la Unión Soviética nos recomendaba buscar una salida por lo costosa que les estaba costando la guerra y diciéndonos diplomáticamente que ya no podía mantenernos. Y a la Resistencia, le decía lo mismo el gobierno de Estados Unidos: que buscaran cómo negociar. Recuerdo que hable con un líder de la Contra hace unos cinco años y me contaba que cuando ya sabíamos que tendríamos que negociar, Estados Unidos reunió a toda la dirigencia de la Resistencia en Langley, Virginia, para decirles que había que entenderse con nosotros, que tenían que buscar una salida. “Lo único que nos exigieron -me dijo- es que les devolviéramos toditos, sin excepción, los cohetes antiaéreos que nos habían dado. Ésa era su única preocupación, otras armas no les preocupaban y nosotros no les preocupábamos”.

Esto lo recuerdo para que vean cómo han jugado en otros momentos los factores globales en nuestra realidad nacional. Hoy en la negociación de la salida de Ortega están jugando también los intereses de Estados Unidos. Después de once años de “entendimiento suave” de Ortega con Estados Unidos, después de ser los organismos financieros internacionales, con el respaldo de Estados Unidos, los principales suplidores de préstamos al régimen de Ortega, el gobierno de Estados Unidos ha terminado convenciéndose del riesgo de desestabilización que para ellos representa esta dictadura, por otro factor regional que señalaré más adelante.

Quisiera apuntar un tercer factor global que está pesando mucho en el mundo, y es la preocupación compartida por las superpotencias militares, Rusia y Estados Unidos, ante el fenómeno de China. Ya sabemos todos que si no cambian las variables, China apunta a ser la primera potencia económica del mundo y al ir avanzando aceleradamente en el desarrollo tecnológico eso le servirá de base para dar un salto, también acelerado, en el terreno militar y en el de la competencia espacial. Para los Estados Unidos esto es preocupante y también lo es de alguna manera para Rusia, porque China es su vecina, una vecina con la que ha tenido grandes diferencias en el pasado. En las preocupaciones de Estados Unidos hacia América Latina el factor China está pesando mucho también porque el gobierno de China es hoy el prestamista de créditos mayor que hay en el mundo y es ya el primer inversionista en América Latina, con unos fabulosos niveles de inversión en los grandes países del continente: Brasil, Argentina, Chile, Perú, y en Venezuela ya no digamos…Para los Estados Unidos China es un rival más grande que Rusia. No sólo por el tamaño de la economía rusa, sino porque ya China es una amenaza comercial regional y podría llegar a ser una amenaza militar global.

La entrada de tan enorme entrada de capitales chinos en América Latina es una gran preocupación para Estados Unidos, que siente que pierde influencia, pierde espacio y pierde mercados en nuestro hemisferio. Y después de perder la supremacía económica en el mundo, de perder influencia y mercados en África, no quieren perderlos en América Latina. Así que el factor chino está pesando mucho, especialmente en la crisis de Venezuela, un dato que puso de relieve el expresidente uruguayo José Mujica cuando se refirió a que era el factor chino el que más estaba preocupando a Estados Unidos y el que más estaba agudizando la crisis en nuestra región.

Después de señalar estos cambios a nivel global, quiero señalar algunos de los que se están dando en nuestro hemisferio. Uno de los que estamos viendo desarrollarse es una preocupación cada vez mayor entre la clase política latinoamericana por las dictaduras de izquierda, considerándolas amenazas regionales preocupantes. Las llamo “dictaduras de izquierda” para entendernos, aunque de izquierda no lo son y dictaduras sí. El caso de Venezuela y de Nicaragua entra en esta clasificación. Otros prefieren llamarlas izquierdas autoritarias, pero me parece una clasificación académica, propia de quienes no las están sufriendo. En Nicaragua no estamos sufriendo autoritarismo, sino dictadura pura y dura.

Hasta hace algunos años, si había tendencias o acciones dictatoriales en algún país de la región el resto decía: “Hay uno por ahí que viola derechos humanos, hay otro que quiere reelegirse, hay otro que se roba las elecciones, eso no está bien, pero eso es problema de ellos…” Ahora empiezan a darse cuenta de que ese fraude, esa reelección, esa violación de derechos humanos, esa forma de gobernar, afecta el entorno, los puede afectar a ellos, los afecta a todos. La preocupación regional ya no es sólo en nombre de la importancia del respeto a los derechos humanos, nace del interés propio de cada gobierno, de cada Estado. Están viendo que en los países donde se han desarrollado esas dictaduras de izquierda inicia un proceso de desestabilización regional, que provoca en primer lugar migraciones cada vez mayores, de gente que huye de problemas económicos que no se resuelven, de la violencia, de la represión…En Venezuela este sistema dictatorial ha desembocado en una crisis humanitaria y en una migración de dimensiones no conocidas en América Latina que afecta ya de forma importante a varios países del continente, no preparados para esto.

Ante las dictaduras de izquierda otra preocupación regional es el contagio. El contagio del método que la izquierda dictatorial viene empleando para llegar al poder y para después permanecer en él. No preocupa el modelo político o ideológico. Lo que preocupa es el método, el camino seguido para llegar a donde están hoy. Se empieza ya a ver un patrón de comportamiento prácticamente igual en todos estos regímenes: llegan al gobierno por elecciones libres en algunos casos, o más o menos libres en otros casos. Dan el siguiente paso minando los contrapesos que representan los poderes y las instituciones del Estado: el Poder Judicial, el Poder Electoral, las distintas instituciones, subordinándolas todas al Poder Ejecutivo. Así, las instituciones empiezan a perder la fuerza que les da la cultura política liberal y la sociedad va quedando cada vez más indefensa. El paso siguiente es controlar las instituciones armadas, especialmente la Policía, porque está en relación más directa con la seguridad de la sociedad. En el caso del Ejército la cooptación es más discreta pero también es una pieza de este método. Se coopta a las instituciones armadas alentando en ellas algún mensaje patriótico, alguna verdad ideológica, pero fundamentalmente se les empieza a vender la necesidad y la obligación de la lealtad incondicional al individuo que gobierna y no a la ley ni a la Constitución ni a la sociedad, sino a una persona.

Este proceso de cooptación va acompañado siempre de favores, prebendas, regalos…En Nicaragua, quienes teníamos alguna relación con el estamento militar conocimos cómo empezó este proceso…Todas las Navidades doña Rosario comenzó regalándoles algo a todos los oficiales del Ejército de capitán para arriba. El primer año supe por un amigo que me contaba que todos habían recibido un televisor de pantalla plana. Al año siguiente el regalo de esa Navidad fue una lavadora. Al año siguiente una refrigeradora de dos puertas, de esas grandes. Y el último año que pude darme cuenta les regalaron una camioneta hilux doble cabina. Así comenzó el proceso de corrupción del Ejército en Nicaragua. Así empieza a crearse el sentimiento de lealtad a la persona, después vienen otros pasos, y así se hace cada vez más difícil obedecer la ley.

Hoy en América Latina lo que está preocupando a todos no es que gane un partido de izquierda o de derecha. Las diferencias ideológicas son cada vez más relativas y muchas veces la diferencia está en el nivel de sensibilidad ante los problemas sociales y el nivel de recursos públicos que se está dispuesto a destinar para resolver los principales problemas de la población. Izquierda o derecha ya no preocupa. Lo que está preocupando mucho es el método de quienes llamándose de izquierda llegan al gobierno por las urnas y van recorriendo este camino de destrucción de las instituciones hasta terminar robándose las elecciones con el objetivo de perpetuarse en el poder con un grupo armado que lo controla todo. Y cuando la gente se rebela, viene la inestabilidad, la violencia, las migraciones…

Teniendo en cuenta esto, si creemos que el discurso y la actitud de los países de mayor importancia en América Latina, Ecuador, Perú, Colombia, Brasil, Chile, Argentina, en el caso de Venezuela, también en el de Nicaragua, está basado sólo en un diktat del imperio estadounidense estamos analizando con el manual. No, no es la orden imperial, es el temor general ante el riesgo de que las izquierdas del continente puedan adoptar ese método. Ese temor pesa hoy en todos los países de América Latina porque en todos hay fuerzas de izquierda, algunas grandes, otras medianas, pero todas con posibilidad de llegar a ser gobierno. Y si llegan al gobierno, ¿harán lo mismo que estamos haciendo en Venezuela, en Nicaragua, en Bolivia, que vimos hacer en Ecuador…? No sólo es un problema de derecha o izquierda. Es el problema de un modelo, de un método que provoca inestabilidad y crisis regionales.

En este contexto, existe ya un temor larvado con el nuevo gobierno de México.  ¿Cómo evolucionará el gobierno de Andrés Manuel López Obrador? Sin negar que AMLO ganó con un enorme respaldo y ahora tiene incluso más respaldo, ya se empiezan a escuchar voces que señalan que hay en él una tendencia a la concentración de poder, una tendencia a cooptar las instituciones militares y surge el temor de que a AMLO se le pueda ocurrir seguir el método… Esto inquieta ya a analistas y a políticos relevantes de México y de Estados Unidos. Personalmente, creo que el modelo que va a seguir AMLO será más similar al que siguió Lula o los Kirchner que al de Maduro u Ortega.

Hay otro elemento en América Latina que ha incidido para que el temor que suscita el “método” seguido por las izquierdas dictatoriales no haya sido visto con más anticipación. Y es el silencio de las izquierdas del hemisferio. Silencio ante quien, como dice ser de izquierda aunque empieza a actuar como un delincuente, se quedan callados y no dicen nada. Este silencio nefasto, que destruye las bases éticas de cualquier organización, ha permanecido demasiado tiempo en América Latina y aún está presente: si es de derecha lo denuncio, pero si es de los míos, si es de izquierda, no digo nada, miro para otro lado. Ese silencio cómplice, con la honrosa excepción de Mujica, fue estruendoso en América Latina cuando pasó lo que pasó en abril en Nicaragua.

Antes de abril, pasamos en Nicaragua casi una década, desde el fraude en las elecciones de 2008 hasta las vísperas de abril, advirtiendo a nuestras contrapartes de izquierda del camino que llevaba Ortega. Se lo decíamos al Foro de Sao Paulo, se lo decíamos a la Internacional Socialista, lo decíamos a nivel mundial, y las izquierdas miraban para otro lado. No eran capaces de aceptar un debate político sobre el tema de la izquierda autoritaria. Había una complicidad silenciosa, algo que parece está muy relacionado con eso de “tener espíritu de cuerpo”. Cuando ese espíritu es muy fuerte y los valores éticos no pesan tanto, la gente tiende a la complicidad silenciosa. Como lo que está pasando en la iglesia católica: esa idea de que si denuncias los abusos dentro de la iglesia estás haciéndole daño a la iglesia y traicionas los valores cristianos. Y como decía el papa Francisco: así avanzan los abusos porque el peor daño es guardar silencio y no enfrentar el problema.

Hay que tener en cuenta también que en los últimos siete u ocho años se produjo entre esa izquierda incapaz de debate y en la izquierda cómplice silenciosa la convicción de que “el método” para llegar al poder era ése, el que estaban siguiendo las izquierdas dictatoriales. Y empezaron a decir: ése es el camino, ¡vamos adelante! En algunas de las reuniones del Foro de Sao Paulo, específicamente en una de las últimas, en El Salvador hace unos cuatro o cinco años, pude percibir esa posición y una clara directriz: vamos a acceder al poder y vamos a proceder por ese método, el método dictatorial del que venimos hablando.

Y mientras avanzaba esta determinación de adoptar este método, el debate entre las izquierdas democráticas nunca se produjo. En esta última década había dos modelos de izquierda. Por un lado, el modelo al que apuntó el modelo venezolano con Chávez y con más claridad con Maduro y modelos como el de Brasil con Lula y el de Argentina con los Kirchner o el de la izquierda chilena o el de la izquierda uruguaya. Sin embargo, y hay que decirlo con claridad: todas las izquierdas democráticas apostaron a desarrollar sus valores y sus principios y a optar al poder por la vía democrática, sin la destrucción institucional y la violencia, pero no osaron abrir un debate sobre el método empleado por las otras izquierdas para lograr las transformaciones sociales, políticas y económicas, basado en engañar, corromper, subvertir y permanecer en el poder indefinidamente. Por mucho que quisimos hacer entender al PT brasileño de Lula de lo que estaba pasando en Nicaragua, volvían a ver para otro lado. Qué difícil fue también con los uruguayos del Frente Amplio. Se les decía, nos entendían, pero no decían ni hacían nada. Cuánto tiempo le dijimos a la Internacional Socialista, donde están los partidos de izquierda europeos, que había que frenar a Daniel Ortega, que Ortega no debía ser considerado un demócrata de izquierda y nos escuchaban, pero volvían a ver para otro lado.

Otro elemento regional importante y que, relacionado con estos otros elementos que vamos enumerando, empezó a avanzar en el último par de años en la potencia hemisférica, Estados Unidos, es un consenso bastante amplio en la sociedad y entre la clase política rechazando las izquierdas dictatoriales. Esto explica la cohesión entre republicanos y demócratas ante el problema venezolano: los demócratas oponiéndose claramente a cualquier intervención militar y los republicanos amenazando con que lo pueden hacer -no estoy convencido de que lo puedan o lo quieran hacer, pero amenazan con el uso de la fuerza-, pero ambos partidos de acuerdo en todo lo demás.

Ese mismo consenso de demócratas y republicanos lo vemos en el caso de Nicaragua. Comenzaron algunos sectores de la derecha más radical de Estados Unidos planteando ponerle presión a Ortega, pero en la medida en que Ortega se fue descarando y empezó a ser visto como lo que realidad es, ponerle presión y sancionarlo se convirtió en un consenso de toda la clase política de Estados Unidos. Que de 500 congresistas ¡ni uno! se haya opuesto a la aprobación de las leyes que sancionan al régimen de Ortega, ni siquiera Bernie Sanders, habla bastante de una realidad que jamás existió en los años 80, cuando la sociedad y la clase política de Estados Unidos estaba totalmente dividida ante la realidad de Nicaragua y a Reagan le costaba muchísimo conseguir recursos para financiar la Resistencia. Recuerdo, porque me tocó hacer mucho lobby en el Congreso norteamericano en contra de ese financiamiento, que en una ocasión Reagan logró que le aprobaran 100 millones de dólares para la Contrarrevolución ¡por sólo un voto de ventaja!

Era una sociedad dividida sobre qué hacer en Nicaragua. Era otra realidad, muy diferente a la que hoy vemos cuando deciden sobre Venezuela o sobre Nicaragua…Esto se da en menor medida respecto a Bolivia. Porque todavía Evo Morales le gusta a muchísima gente en Estados Unidos por ser el primer indígena en llegar a la Presidencia, pero ya les empieza a preocupar que quiera estar en el cargo para siempre, que haya ignorado los resultados del plebiscito sobre su reelección, que mostró que la mayoría no la quería…Algunos sectores de los Estados Unidos ya empiezan a identificar que Evo Morales es otro de los que está empleando el mismo método para concentrar poder y para permanecer en el poder…

Quiero añadir finalmente otro factor a tener en cuenta en lo que hoy vemos en la política de Estados Unidos hacia la región. Es más circunstancial, pero también pesa. Por razones del sistema electoral de ellos, y porque Trump busca su reelección y por eso necesita no perder Florida en noviembre de 2020, eso aumenta considerablemente el peso del lobby político cubano y latinoamericano. En Florida, la comunidad cubana y la venezolana son claves para ganar el voto. Puede haber muchas diferencias entre los cubanos de las generaciones más viejas y las más jóvenes, pero en cómo enfrentar estas dictaduras de izquierda no las hay. Sin lugar a dudas, la actitud del actual gobierno estadounidense hacia Venezuela y Nicaragua, hacia “la troika de la tiranía” responde también a un cálculo político interno. No es casual que cada vez que Trump habla sobre estos países dice: “Pregúntenle a Marco Rubio”. Este factor explica también la atención de Estados Unidos a nuestros países, a pesar de los muchos problemas que tiene en tantos otros lugares del mundo.

Veamos ahora, muy sintéticamente, la aplicación del “método” en Venezuela y en Nicaragua. En Venezuela se ha aplicado a fondo el método de la izquierda dictatorial, aunque hay que reconocer y decirlo claramente que en todo el período de Chávez, la popularidad que él tenía y los programas sociales que organizó garantizaron que hubiera elecciones libres en las que el proyecto chavista ganaba limpiamente. Eso empezó a hacer agua con Maduro, que empezó a gobernar con menos popularidad, con menos recurso y aumentando la represión.

Ya después de haber aplicado prácticamente todo el método, cooptadas y corrompidas las fuerzas armadas, perdieron por amplia mayoría la Asamblea en las elecciones parlamentarias de 2015 y resistiéndose a aceptarlo, dieron el último paso en las elecciones presidenciales fraudulentas de 2017 para no perder el poder, evidenciando a partir de esa fecha que el proyecto no es otro que quedarse en el poder para siempre. Esas elecciones, que no fueron libres ni transparentes, en las que Maduro se reeligió, son la base de su actual ilegitimidad, porque esas elecciones no fueron reconocidas por gran parte de la comunidad internacional occidental antes de celebrarse y tampoco fueron reconocidos sus resultados.

Creo que hoy en Venezuela sólo hay dos opciones. O encuentran una salida negociada y hacen elecciones pronto. O la crisis económica y la crisis humanitaria van a derivar en un enfrentamiento, en la posibilidad de un enfrentamiento militar de Venezuela con sus vecinos, incluso en la participación de Estados Unidos en ese enfrentamiento, algo que no es deseable en absoluto.

Hay analistas que dicen que en Venezuela y en Nicaragua se está aplicando el modelo cubano de represión…En el caso de Nicaragua yo veo que la represión que aplica Ortega sigue el modelo somocista. Los que recordamos la represión de Somoza sabemos que también usaba grupos civiles para perseguir, intimidar y vapulear a la oposición, que no permitía las manifestaciones ni los partidos políticos, que les quitaba a los partidos que le hacían problemas su personería jurídica, que encarcelaba, torturaba y mataba…En Nicaragua tenemos nuestra propia raíz, una raíz que alimenta con suficiente fuerza todos los abusos y crímenes que está haciendo hoy Ortega.

En Nicaragua, la aplicación del método dictatorial tuvo su propio proceso. El fraude en las elecciones municipales de 2008 fue el lanzamiento oficial de la aplicación del método. Los fraudes electorales caracterizaron la aplicación en Nicaragua: en 2011 hubo fraude en las elecciones en las que compitió Fabio Gadea contra Ortega, que iba por su reelección consecutiva después del atropello a la Constitución que hicieron los magistrados Chicón Rosales y Payo Solís al declarar que los dos artículos de la Constitución que se lo prohibían eran inconstitucionales. Esos fraudes y este atropello y la destrucción de las instituciones -todo fue a la par- las denunciábamos, pero era el tiempo en que las izquierdas democráticas de América Latina y el mundo volvían a ver para otro lado porque no querían meterse en problemas. Era el tiempo en que Estados Unidos llevaba años entendiéndose muy bien con Ortega. Para Estados Unidos Nicaragua era un paraíso donde un gobernante “de izquierda” controlaba a las fuerzas sindicales y sociales -hasta el surgimiento del movimiento campesino contra el Canal-, donde las empresas podían invertir con la garantía de que no habría huelgas y que pagarían los salarios más bajos de Centroamérica. Aquí no hubo huelgas en una década… Los empresarios nacionales también ese sentían muy bien en su alianza con Ortega, vivieron una luna de miel que duró más de una década, ni con Somoza habían estado tan bien…Todo esto sucedía en paralelo al control de Ortega en el Poder Judicial, al control total en la Asamblea Legislativa y en el Poder Electoral, al control creciente de la Policía, a la compra del Ejército con televisores o lavadoras… Todo sucedía con una oposición cautiva apoyando el método y beneficiándose de él y con la oposición real alertando sobre lo que estaba pasando, pero arrinconada, aplastada perseguida, y no creída por sus contrapartes internacionales.

Después de once años de “entendimiento suave” con Estados Unidos y de luna de miel con el gran capital nacional, en 2016 Ortega empezó a descararse y profundizó el método. Se le estaba acabando la cooperación con Venezuela y veía que iba creciendo el descontento social y que para las elecciones de aquel año, la oposición de izquierda y la de centro liberal se unían para enfrentarlo con posibilidades de arrancarle cuotas de poder. Fue entonces, en esas circunstancias, a mitad de 2016, cuando decide profundizar el método con tres medidas. La primera, expulsar a todos los diputados de oposición del Parlamento. La segunda, anular a la oposición unida para enfrentarlo impidiéndole su participación en las elecciones, corrompiendo así definitivamente las elecciones convirtiéndolas en una auténtica farsa. Y la tercera medida, nombra ra su señora como candidata a la Vicepresidencia. Así le puso Ortega el sello a su proyecto dictatorial. Dictatorial y dinástico. Fue un auténtico golpe de Estado valiéndose de una legalidad fraudulenta. Sin embargo, la ilegitimidad de las elecciones nicaragüenses en 2016 fue evidente para los nicaragüenses, que se abstuvieron masivamente, pero no lo fue para las izquierdas internacionales, que habían decidido ver para otro lado.

Ortega pensó que hacer todo lo que hizo en 2016 para profundizar el método y caminar hacia la dictadura dinástica era menos costoso que dejar que las cosas siguieran como iban, porque si seguían así en unas elecciones libres hubiera perdido el control absoluto que desde 2011 tenía ya en el Parlamento. Para no perderlo, tomó esas tres decisiones y fueron esas tres decisiones que tomó en 2016 las que pusieron en alerta a fuerzas políticas de Estados Unidos. No es casual que la Nica Act naciera ya en 2016, apenas quince días después de estas tres decisiones. La Nica Act no nació por la violación a los derechos humanos en la rebelión de abril de 2018. Nació en 2016, cuando Ortega se descaró como dictador y el temor al método despertó en Estados Unidos.

En las elecciones de 2016 vimos ya una enorme abstención. Fue entonces cuando Ortega buscó a la OEA para maquillar algo el deteriorado sistema electoral. En las elecciones municipales de 2017 fue mayor la abstención y Ortega tuvo reconocer en público que la escasa participación era un problema. A pesar de todo, pensó que podía seguir navegando hacia la dictadura dinástica sin mayores problemas. Muchos también lo pensábamos. Sabíamos que tardo o temprano esto iba a explotar de algún modo, pero, y lo digo sinceramente, cuando hablábamos entre nosotros decíamos: “Esto aún puede durar unos diez años más. Hasta que en abril de 2018, por una chispa inesperada, se produjo una explosión social no organizada, no planificada por nadie, de jóvenes autoconvocados. Abril fue la rebelión, la insurrección cívica de toda una generación, de la juventud que entre los 15 y los 35 años comenzó a sentir que Ortega era su enemigo. Ni Ortega ni nadie la esperaba. Pero llegó, y después de la explosión social vino la respuesta de Ortega: una explosión de represión y de muerte, que nos ha traído hasta donde hoy estamos. Y hasta donde está él, desacreditado internacionalmente, derrotado estratégicamente, sin legitimidad para gobernar, pero aún aferrado a permanecer en el poder.

Ahora dice que va a negociar…Desde enero de 2019 está en marcha el plan de esta negociación, promovida por Estados Unidos, que le ha dicho que ya están aprobadas las sanciones, pero aún no deciden aplicarlas completamente si hay una negociación creíble. Y como tiene controlada la calle con la una represión que no ha cesado un solo día, cree que tiene aún margen para salir airoso de la negociación. Porque lo que más teme Ortega es la gente en la calle. Es posible que todavía esté viendo la negociación como una maniobra como para ganar tiempo. Pero, ¿ganar tiempo para qué? ¿Para destruir más al país? Él debe de saber que aunque tiene silenciada la calle, eso no significa que se acabó el movimiento social que lo repudia y exige un cambio. Y yo no tengo la menor duda de que si se dan condiciones para la movilización, en 72 horas la oposición democrática pondría de nuevo a centenares de miles en las calles.

Existen las dos posibilidades: que Ortega trate de hacer de la negociación una farsa o que realmente esté buscando una salida negociada, donde su principal objetivo es preservar el máximo poder político y económico posible y su seguridad. Buscar el engaño puede estar en su genética, pero una lectura política le debería llevar a darse cuenta de que debe encontrar una salida para él y para el país. ¿Para el Frente Sandinista? El proceso de desmantelamiento de la democracia en Nicaragua que ha culminado Ortega con el método dictatorial tuvo un antecedente: el proceso de destrucción de la democracia interna en los dos grandes partidos políticos, en el FSLN y en el Partido Liberal. Mi experiencia personal fue una década de lucha dentro del FSLN para que hubiera un debate democrático y no lo logramos y así llegamos a donde hemos llegado.

El futuro al que aspiramos es la reconstrucción democrática de Nicaragua, sólo posible si Ortega está fuera del poder. Sólo posible si la oposición azul y blanca logra en las elecciones que deben realizarse pronto una fuerza mayoritaria en el nuevo Parlamento que surja de esas elecciones. La reconstrucción de tanto que requiere ser reconstruido requiere de nuevas condiciones políticas, que no van a surgir de la negociación, sino de las elecciones adelantadas. De la negociación debe surgir, además de la liberación de todos los presos políticos, del fin de la represión, de la recuperación de todos los derechos ciudadanos, un nuevo Consejo Electoral que organice cuanto antes elecciones libres y adelantadas. Porque si Ortega se queda, como quisiera él, hasta 2021, esas elecciones, ya lo sabemos desde ahora, no serían libres.

Posted on 29 de marzo de 2019 in Campañas, Democracia, Por nuestros derechos, Zona Naranja

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