Entrevista de Fabián Medina, publicada en el diario La Prensa el 4 de noviembre de 2018
Luis Carrión Cruz fue uno de los nueve comandantes de la Dirección Nacional del Frente Sandinista que gobernaron Nicaragua durante la década de los 80. No solo eso. Carrión fue quien, junto a Jaime Wheelock y Roberto Huembes, iniciaron en 1975 los cuestionamientos al entonces movimiento guerrillero y que posteriormente lo llevaría a la división en tres partes, o tendencias como les llamaron eufemísticamente. Y fue así, como una vez que se juntaron las “tendencias” en 1979, Carrión terminó en la Dirección Nacional conjunta, como representante de una de ellas, junto al hoy dictador Daniel Ortega.
Carrión es disidente del Frente Sandinista, mantiene una discreta vida pública, y su vida política está relacionada con el Movimiento Renovador Sandinista, del cual es fundador.
En esta entrevista, Carrión dice que el modelo que Daniel Ortega diseñó desde 2007 que regresó al poder está muerto desde el 18 de abril pasado, y que ahora Ortega está tratando de imponer un nuevo modelo de gobierno basado en la represión.
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Usted fue miembro de la Dirección Nacional. Muchos consideran que el origen de la crisis que se vive ahora en Nicaragua está en el periodo de los años ochenta.
Lo único que conocíamos era la dictadura de Somoza. Nuestra vivencia de cómo operaba la política era la dictadura de Somoza, y creo que de alguna manera estábamos inoculados con el virus autoritario. Sin embargo, hasta cierto punto tenía una justificación en la medida que estábamos enfrentando una situación de guerra. En una situación de guerra hay necesidad de un gobierno fuerte, de centralización de las decisiones importantes. Partíamos de que la defensa de la revolución justificaba muchas cosas, porque la revolución era el valor máximo. La revolución y el poder político.
Pero desde esa premisa también podrían justificarse las mismas acciones que ustedes condenaban de Somoza. Somoza fue un dictador cruel para defender el poder, igual que hicieron ustedes, se podría decir.
Había un elemento diferente para nosotros: la agresividad de los Estados Unidos. Nos sentíamos atacados desde afuera. Y esa agresión externa a nuestros ojos justificaba la restricción de las libertades políticas. Ahora, había un grupo de dirección y no era del todo unánime. Eso de cierta forma permitía un relativo balance, balance que se comienza a desestabilizar después de las elecciones de 1984 porque ya Daniel Ortega no es el delegado de la Dirección Nacional a la Junta de Gobierno, sino que es el presidente. Comienza a ir adquiriendo poco a poco más autonomía.
Que no termina cuando pierde la presidencia en las elecciones contra doña Violeta.
Los resultados de las elecciones de 1990 son asimilados de diferentes maneras, por los diferentes miembros de la Dirección. Para Daniel Ortega, yo estoy convencido, la derrota electoral significó un enorme trauma. Se deprimió, quedó unos meses desconcertado, y su reacción rápida fue: “Vamos a gobernar desde abajo”. O sea, “no he perdido el poder, sigo mandando, sigo gobernando”. Él. Ahí no fue un planteamiento del colectivo. Y él se prometió a sí mismo que si volvía al gobierno nunca más lo iba a volver a dejar, que es lo que estamos viendo que ocurre ahora. Daniel Ortega no comprendió o no aceptó que el rumbo para la paz, el desarrollo y el progreso en Nicaragua era la democracia.
¿En el Ortega de ahora ve a la persona con la que trabajó en los años 80 o es otro Daniel Ortega?
Es bastante distinto. Por ejemplo, durante muchos años Daniel Ortega era una persona que consultaba, pedía opinión sobre las cosas que había que decidir y escuchaba a distinta gente. Yo veo ahora a Daniel Ortega encerrado con Rosario Murillo y su familia con una concentración absoluta del poder y donde nadie tiene acceso, nadie incide, nadie habla. Segundo, en el 90 cuando ya se conocen los resultados preliminares, Daniel Ortega en ese momento aceptó. Perdimos y en ese momento él salió en la madrugada a aceptar la derrota electoral, pero yo creo que la aceptó como un hecho político inevitable, pero no como resultado virtuoso de un proceso democrático que debía consolidarse a partir de ese momento. Nunca asimiló las reglas del juego democrático, por mucho que lo diga. Y desde que llego al gobierno en el 2007 se dedicó a construir una dictadura. Controlar todas las instituciones del Estado.
Ellos dicen que esta es la segunda parte de la revolución.
¡Es un disparate! No hay segunda parte. Es el segundo capítulo de su gobierno, de su poder, pero no de ninguna revolución. ¿Cuál revolución? Si aquí, apartando algunos programas sociales, la macroeconomía se siguió manejando como la había manejado don Enrique Bolaños.
¿Cómo definiría a este gobierno? ¿Cuál es su apuesta?
No sé cuál es su apuesta. El obviamente entendió que necesitaba del apoyo del sector privado. Y ese es el gran cambio que hace del noventa a este segundo periodo de gobierno. Él los atrae, les hace concesiones y ellos también le hacen concesiones, y entonces se hace esta alianza que constituyó el sostén del gobierno de Ortega durante casi once años. En parte porque estaba rodeada de toda esa gente que se volvió empresaria, rica. Y que a sus propios intereses eso era lo que le convenía. Él hace esto para garantizar la construcción de un régimen casi totalitario.
Pero era un modelo que en algún momento iba a entrar en crisis. ¿Estaban preparados los actores para lo que se vino?
Nadie estaba preparado. Ni el gobierno ni la empresa privada. Ni la oposición. Nadie pensó que se iba a producir esta rebelión cívica tan espontánea y tan repentina. Si vos ves el discurso de Daniel Ortega, hasta el 18 de abril vivíamos en el país de las maravillas. Y de repente, misteriosamente, surgió una fuerza terrorista, golpista, etcétera, que nos hizo paste. En su discurso revela que no entienden la naturaleza del problema. No les interesa entenderlo. Toda su base, toda su estructura, se le desmoronó. Ha logrado reconstituir una parte de eso, pero tampoco ellos estaban preparados.
¿Y la respuesta que dio le parece coherente con ese modelo de gobierno?
Absolutamente. Para Daniel en este momento lo único que le importa es conservar el poder. Que si la economía se va al carajo, ni modo, su economía y la de sus amigos cercanos no le va a pasar nada de eso. Quinientos, 600 presos políticos, ni modo, hay que hacerlo. Para Daniel Ortega lo fundamental es conservar el poder político. Todo lo demás ocupa un tercer o cuarto lugar en sus preocupaciones.
¿Conservar el poder para qué?
Para él y su familia. Primero, él no se ve a sí mismo fuera del poder. Más si sale en una situación de crisis. No se ve a dónde se va a ir. No creo que su familia esté interesada en irse a vivir a Cuba, o a Kazajistán. Daniel Ortega nunca ha hecho en su vida un trabajo que no sea la política. Ya tiene 73 años. Ya no está en plan de irse a hacer una fuerza de oposición. Además, él quiere dejar posicionada a su familia una vez que muera. Es una reacción de machismo: “No me voy de aquí”. Como dijo una vez él de Arnoldo Alemán, es una reacción “de bujoncito de barrio”.
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¿Qué sostiene a Daniel Ortega?
Una aparente neutralidad del Ejército. Aparente. No estoy seguro. Yo sospecho que los órganos de inteligencia han estado colaborando con información. Eso no es neutralidad. El hecho de que no salgan soldados uniformados a la calle no quiere decir que no esté participado en el conflicto. Dos, sus aparatos represivos, la Policía y estos grupos paramilitares. Tres, un núcleo fanático que está ahí y que no hay nada que los vaya a separar de Ortega. Y cuatro, un anillo corrupto que tiene grandes intereses económicos, o medianos, y hasta pequeños intereses económicos, pero que los ven amenazados ante la eventualidad de una salida del poder. Eso es suficiente para mantener el esquema actual. No va a ser suficiente en el mediano o largo plazo.
Pero muchos de esos grupos cercanos también se podrían ver amenazados con la permanencia de Ortega en estas condiciones.
Si vos estás conectado a negocios potencialmente corruptos o potencialmente perseguibles, pues también te da miedo. Y también es mejor para vos lo viejo conocido que lo nuevo por conocer. En el momento en que la balanza pese más el riesgo de continuar con Ortega que el riesgo de romper con él, en ese momento es que ellos van a romper. Pero todavía la mayoría piensa que el riesgo mayor es separarse.
¿Cómo se explica la actuación de la Policía en esta etapa, totalmente alineada a un partido y al margen de la ley?
Desde que Ortega regresó al poder en el 2007 comenzó a trabajar con la Policía y con el Ejército. Más con la Policía, porque son los que están más expuestos, para convertirlos en órganos orteguistas, que estuviera sometida a su voluntad política y no a las leyes. Lo hizo de diferentes maneras: violando los periodos de permanencia de los jefes, promoviendo a los más leales, reavivando la politización de la Policía y la exaltación de la figura de Ortega y Rosario Murillo. Todo eso para irla convirtiendo en este órgano que estamos viendo. Ya había dado muestra de ese potencial, como la masacre de Las Jagüitas y otros hechos denunciados de tortura. Ahora floreció.
¿Usted ve algún sustento ideológico en el comportamiento del régimen?
No veo ninguno. A la Policía la hicieron sentirse amenazada. Les hicieron creer que esta insurrección es contra ellos. El cemento de la dictadura familiar es más parecido al cemento que une al cartel o a los grupos mafiosos. Sin quitar que pueda haber un grupo de gente que todavía cree en la revolución o cambio social, la columna vertebral está amarrada por intereses económicos, fundamentalmente, o pequeños intereses de poder. No es un planteamiento político, no es ideología, si la ideología que le oís a la Rosario es una mezcla estrambótica de ideas religiosas, marxistas, chamanistas, de cualquier tipo. No creen en nada que sea coherente. Creen en Daniel Ortega. Ese es su dios.
¿El Frente Sandinista que usted conoció está muerto?
Definitivamente. Ya no es un partido político. Ese nombre lo que cobija ahora es un grupo de poder familiar y de sus aliados. Dígame usted, ¿quiénes constituyen la dirección del Frente Sandinista? Daniel Ortega y Rosario Murillo. Dígame, ¿qué órganos existen en los departamentos? Nadie sabe. Hay congresos que son un ritual para decir que Daniel Ortega decida quiénes son los candidatos, quién va a ser su vicepresidente. Ahí no hay debate, ahí no se discute un programa, no hay reflexión ideológica. Son eventos, símbolos de reforzamiento del poder individual.
¿Es viable el Frente Sandinista después de Daniel Ortega?
Lo veo bastante difícil. Si el nombre Frente Sandinista va a sobrevivir, va a ser porque algunas de estas personas que están en el anillo más exterior, no los que están en el mero corazón, se reorganizan y tratan de hacer un nuevo Frente Sandinista. Pero este modelo político de poder gubernamental y movimiento político del orteguismo, eso no puede sobrevivir. Si el cemento son los intereses económicos y ese cemento entra en crisis, pues eso se va a desorganizar.
Hay que decir que los sandinistas tienen un lugar en la nueva Nicaragua, donde nadie será perseguido o excluido en razón de sus convicciones políticas. Pero además hay que decir que muchísimos sandinistas están siendo perseguidos por el orteguismo porque se sumaron a la lucha por la justicia y la democracia, junto a la mayoría del pueblo. Ahora bien, el Frente Sandinista solo será viable como partido político si son capaces de sacudirse el control de los Ortega Murillo y de sus cómplices más cercanos que lo han transformado en un grupo de poder familiar alejado de todo lo que debe ser un partido político democrático.
¿Qué salida ve a esta crisis?
Como decía alguien, no estoy en el negocio de hacer pronósticos porque es bastante arriesgado. El modelo que prevaleció hasta el 18 de abril está muerto definitivamente. Daniel Ortega está tratando de imponer un nuevo modelo basado exclusivamente en la represión. Él no está haciendo nada por recomponer su situación política, más allá de su grupo más cercano. Se ha evidenciado ante el mundo como un régimen que viola sistemáticamente los derechos humanos. Está claro que es una dictadura. Ha perdido legitimidad internacional e interna. Además la situación política está provocando un deterioro de la situación económica. Este modelo no es viable. De una forma u otra aquí se va a abrir paso la democratización de la sociedad. ¿En qué momento va a ocurrir? No le puedo poner plazo, pero es algo que tiene que ocurrir más temprano que tarde.
Este modelo del que habla ya no tiene interés electoral, según parece.
Claro que tiene interés electoral, (pero) no para ganar las elecciones legítimamente. Mientras él tenga el control del Consejo Electoral, puede manipular y seguir dando resultados que le convengan. Él no quiere ir bajo ningún punto a una elección realmente libre, transparente y competitiva, porque sabe que va a perder. Por eso no le interesa la democracia, porque la democracia significa que él tiene que salir del gobierno.
¿Ve algún riesgo de guerra civil nuevamente?
Este movimiento ha sido y es eminentemente cívico y democrático. Eso no quiere decir que no haya un riesgo de una violencia armada. No porque lo quieran los líderes cívicos, sino porque hay muchísima gente que está desesperada y no encuentra ningún espacio para manifestarse. Es un riesgo real, que haya personas o grupos que opten por acciones armadas. Yo estoy en contra de eso.
Pareciera que ese es el interés de Ortega: llevar el descontento a un enfrentamiento armado.
Daniel Ortega ha venido creando las condiciones para que aquí se produzca una guerra civil, y si no ha habido una mayor violencia armada es porque del lado de la oposición ha habido un gran esfuerzo por mantener la lucha dentro de los cauces cívicos.
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