Tomado de NPR for Northern Colorado
Adolfo Román García Ramírez estaba ocupado exprimiendo unas limas en una taza dentro de su nuevo apartamento en Silverthorne, Colorado. Él añadió un poquito de azúcar y llenó una taza con agua para hacer limonada, una bebida favorita en Nicaragua. Nicaragua es su país de origen y García Ramírez todavía ama mucho a su país–pero él probablemente nunca podrá volver.
“[Soy] de nacionalidad nicaragüense, exiliado político,” explicó García Ramírez.
García Ramírez es uno de 222 prisioneros políticos nicaragüenses expulsados de su país y enviados a los Estados Unidos el febrero pasado. Cuatro de esos ex-prisioneros, incluso García Ramírez, actualmente viven en los pueblos montañosos del condado de Summit en Colorado. Allá han empezado sus nuevas vidas con el apoyo de una comunidad de exiliados políticos nicaragüenses ya viviendo en Colorado.
García Ramírez tiene 55 años. Él se mueve y habla con una precisión energética quizás relacionada con su puesto anterior como líder regional en el movimiento de la oposición en Nicaragua.
García Ramírez fue arrestado el otoño pasado en Managua por sus esfuerzos con la resistencia después de compartir algunos reportajes críticos con el gobierno a través de las redes sociales. Fue condenado por traición a 10 años de prisión en El Chipote, reconocida como la peor prisión en Nicaragua. García Ramírez describe el juicio como falso e injusto.
García Ramírez ha visto cómo su país se convierte en una dictadura desde el año 2018. Fue en ese año cuando el Presidente Daniel Ortega tomó medidas para suprimir la libertad de expresión y la oposición política después de las demostraciones nacionales.
Meses antes de la elección del presidente nicaragüense en 2021, Ortega encarceló a sus rivales políticos antes de que ellos pudieran lanzar sus propias campañas políticas. Desde allí, Ortega empezó su nuevo mandato como presidente, la cual el Presidente Joe Biden denunció como “una elección pantomima que no era libre ni justa, y ciertamente no democrática.”
García Ramírez era parte de la resistencia en Nicaragua. Él luchó contra el régimen antidemocrático como líder regional en el grupo de la oposición Unidad Nacional Azul y Blanco (UNAB).
Dentro de la peor prisión en Nicaragua
Había otros prisioneros políticos encarcelados en El Chipote, incluso los elites de la resistencia nicaragüense–como aspirantes presidenciales, poetas, sacerdotes y periodistas–y también otros menos conocidos de la oposición como estudiantes y manifestantes. Al igual que García Ramírez, toda la gente encarcelada en El Chipote fue condenada por traición y bloqueada del resto del mundo por luchar por sus derechos básicos.
“Allí estuve cinco meses bajo las peores condiciones que me daban a los presos políticos,” García Ramírez dijo, describiendo las condiciones difíciles durante su estancia en El Chipote. “Allí sí nos lastimaban, nos golpeaban.”
La policía amenazó a García Ramírez con arrestar a los miembros de su familia si no cooperaba con los investigadores.
“No nos dejaban que nos comunicamos entre nosotros–hablar, platicar. No nos dejaban reír. No nos dejaban de expresarnos. No nos dejaban hacer nada. Simplemente acostado,” dijo García Ramírez. “No dejaban que nadie nos miraban.”
Los prisioneros no tenían contacto con el mundo exterior, y a sus familias no les permitían acceso a la información sobre sus condiciones y bienestar.
Grupos internacionales, como las Naciones Unidas (ONU), han documentado las violaciones de los derechos humanos por parte del gobierno de Nicaragua, especialmente el trato que da a los presos políticos como García Ramírez. En marzo, un Grupo Especial de Expertos en Derechos Humanos en Nicaragua de la ONU publicó un informe que condenaba las violaciones masivas de derechos humanos por parte del gobierno de Nicaragua.
“Estas violaciones y abusos se perpetran de manera generalizada y sistemática por motivos políticos y constituyen los crímenes de lesa humanidad de asesinato, encarcelamiento, tortura, incluso la violencia sexual, deportación y persecución por motivos políticos,” el presidente del grupo, Jan-Michel Simon, dijo durante una conferencia de prensa en marzo.
García Ramírez tenía que armarse para sobrevivir 10 años de tal trato en la prisión El Chipote, pero a pesar de todo, él esperaba un milagro.
El vuelo de la 222
Una noche en febrero, llegó un milagro cuando García Ramírez de repente se despertó. Les pasó lo mismo a otros 221 prisioneros políticos encarcelados en El Chipote y otras cárceles regionales en el país.
“Nos sacaron de una celda a otra a las 11 de la noche,” dijo García Ramírez. “A las 2:30, nos montaron en un bus completamente hermético.”
Un funcionario del Departamento de Estado de los EE. UU. describió el transporte de prisioneros como autobuses de la era soviética, con las ventanas tapadas para que no pudieran ver el mundo exterior.
“Nadie se daba cuenta que nos estamos montando un avión para traernos a los Estados Unidos,” García Ramírez dijo.
Alrededor de las 3 de la mañana, los detenidos llegaron al Aeropuerto Internacional Augusto C. Sandino en Managua. García Ramírez dijo que los prisioneros no tenían idea de por qué estaban allí. Algunos creyeron que los iban a deportar, otros pensaron que los iban a trasladar a otra prisión. Muchos tenían miedo.
“Nos encontramos con sentimientos confusos. No nos despedimos de nuestras familias,” García Ramírez dijo.
Los prisioneros abordaron un avión, donde García se sorprendió al ser recibido por estadounidenses–funcionarios del Departamento de Estado de los EE. UU.– quienes les explicaron que habían orquestado la evacuación de los prisioneros. Todos pronto se irían de Nicaragua en un avión con destino a Washington, D.C.
Unos días antes, el régimen nicaragüense se había comunicado con la Embajada de Estados Unidos en Managua e informado al embajador que liberarían a los prisioneros políticos si los Estados Unidos los sacaba del país. Un funcionario del Departamento de Estado de los EE. UU. le dijo a KUNC que la liberación de los prisioneros fue una decisión unilateral por parte del gobierno de Nicaragua. Estados Unidos no ofreció nada a cambio. Fue un movimiento sin precedentes. Para satisfacer al gobierno de Nicaragua, el transporte tuvo que organizarse muy rápidamente–y en secreto.
“El avión despegó de Managua a las 6 de la mañana. Observando por la ventana, estaba el alba, que estaba rodeado completamente de efectivos de la policía y del ejército,” García Ramírez dijo.
De repente, los 222 presos políticos quedaron libres. El funcionario del Departamento de Estado describió una escena caótica y llena de emociones en el avión, cuando los prisioneros se dieron cuenta de que su encarcelamiento había terminado. Amigos y hermanos perdidos de hace mucho tiempo fueron reunidos. Tras la larga lucha, por fin tenían libertad y cantaron el himno nacional de Nicaragua. Pero los pasajeros también comenzaron a contemplar todo lo que tendrían que dejar atrás.
“La alegría fue profunda por una parte, pero también triste porque dejábamos muchas cosas en Nicaragua,” dijo García Ramírez. “Principalmente, nuestras familias.”
Antes de que el avión llegará a Washington, D.C., el dictador Ortega tenía un último dolor por imponer a sus ex-prisioneros.
“Estando en el aeropuerto de Dulles en Washington, nos enteramos de que el dictador Daniel Ortega nos quitó nuestro derecho seguir siendo nicaragüense. Nos quitó la ciudadanía completa,” dijo García Ramírez. “Nos llamó traidores completamente de la patria.”
La medida fue el golpe final en el exilio de los presos, asegurando que nunca podrían regresar a su país.
Más tarde, los ex-prisioneros se enteraron de que el régimen también había confiscado sus propiedades. García Ramírez perdió su casa y su negocio del molino en Managua.
Los presos llegaron a los Estados Unidos apátridas, y muchos sin un centavo. Todos sus bienes estaban encerrados bajo llave por el gobierno de Nicaragua.
La gente de la diáspora nicaragüense da un mano
Los Estados Unidos otorgó a los 222 ex-prisioneros una libertad condicional humanitaria de dos años, lo que les permite vivir y trabajar en el país. Sin embargo, los recursos federales para ayudarles han sido limitados.
Para llenar ese vacío de recursos, el Departamento de Estado se ha apoyado por las ONGs y también por las personas de la diáspora nicaragüense–los miembros de la resistencia que ya están viviendo en otros países como los Estados Unidos. De esta manera, el departamento se ha aprovechado de una red de personas como Reyna Esmeralda Hernández Mairena, una inmigrante nicaragüense con vínculos con el opositor Partido Liberal quien actualmente vive en Keystone, Colorado.
Los contactos de Hernández Mairena que también tenían vínculos con el Partido Liberal le dijeron que cuatro de los ex-prisioneros, incluso García Ramírez, vendrían a Colorado. Hernández Mairena no los conocía, pero sabía que ellos necesitarían mucha ayuda. Ella entendía la situación de ellos porque ella también había sido una recién llegada de Nicaragua, dejando atrás la opresión en su país de origen para empezar una nueva vida en los Estados Unidos.
Hernández Mairena era anteriormente la líder de la oposición en Wiwili, una pequeña ciudad en la zona rural del norte de Nicaragua. A pesar de los intentos de manipulación electoral por parte de los leales a Ortega, ella logró ser elegida alcaldesa de Wiwili en 2017, lo que enfureció al régimen. El régimen saboteó su administración, cortó los fondos municipales, asesinó a sus asistentes, se apoderó del ayuntamiento, y finalmente, la obligó a dejar su cargo electo.
Bajo constante vigilancia policial y con temor por su vida, Hernández Mairena huyó del país hacia el final del año 2020 y se dirigió al condado de Summit en Colorado. Allí vivía su hermana, y Hernández Mairena ha vivido en el condado también desde entonces. Ella solicitó asilo en el año 2021 y aún está esperando una decisión.
Incluso en el exilio, Hernández Mairena es reconocida como una fuerza en el opositor Partido Liberal. Es por eso que ella recibió una llamada de amigos el febrero pasado.
“Me llamaron, ‘Hay movimiento de los presos,’” dijo Hernández Mairena. “Todo el trayecto de la noche, yo casi no dormí porque pensé que iba a pasar algo, que no sabía porque los estaban moviendo.”
Hernández Mairena, junto con otros líderes del partido, recibieron a los prisioneros políticos en el aeropuerto de Denver. Los llevaron a Dillon y Silverthorne, donde fueron recibidos por la gran comunidad de exiliados nicaragüenses que viven allí.
“Nos dividimos, uno cada uno,” Hernández Mairena dijo sobre las primeras semanas después de que llegaron los ex-prisioneros al condado de Summit. “Renta, comida. Ayudándoles en lo que podríamos porque necesitaban llenar papeles para el permiso de trabajo. En todo eso les ayudamos.”
Hernández Mairena permitió a un exiliado vivir en su apartamento por unos meses. Los exiliados ya viviendo en el condado de Summit no tenían muchos recursos, pero Hernández Mairena dijo que su grupo de nicaragüenses sentían una necesidad de ayudar para demostrar la solidaridad.
“Porque son nuestros hermanos nicaragüenses,” dijo Hernández Mairena. “Para nosotros, aunque no los conozcamos, pero todo que es nicaragüense es hermano.”
Una comunidad fuerte de exiliados nicaragüenses en el condado de Summit
Casi nadie tiene idea del tamaño de la comunidad de exiliados nicaragüenses que está en el condado de Summit. Los funcionarios del condado y los ONGs que defienden a los inmigrantes estiman al menos entre 200 y 500 personas, pero en realidad no pueden descifrar el número exacto.
Por su parte, Hernández Mairena cree que su comunidad en el condado tiene al menos 2,000 personas y dice que muchos de ellos son de su territorio natal de Wiwili. A ella le gusta llamar al condado de Summit, ‘Pequeña Wiwili.’
Desde el año 2018, más y más inmigrantes nicaragüenses huyen a los EE. UU. para escapar de la persecución política, y Colorado se ha convertido en un destino popular para ellos. Según los datos de la corte de inmigración recolectados por la Universidad de Syracuse, aproximadamente 6,000 inmigrantes nicaragüenses presentaron casos en Colorado entre 2018 y 2022, el último año del que hay datos disponibles. Aproximadamente 1,400 de esos casos fueron presentados por personas que viven en el condado de Summit, mucho más que en cualquier otro lugar del estado.
Los funcionarios del condado de Summit le dijeron a KUNC que Summit es popular entre los inmigrantes ya que allí existen trabajos bien remunerados en la industria hotelera y la construcción. Pero la comunidad creciente nicaragüense también sigue el patrón familiar de la migración, en cual una vez que algunas personas de una región se establecen en un pueblo extranjero, los recién llegados tienden a seguir por el elemento familiar.
Para los cuatro exiliados nicaragüenses recién llegados al condado de Summit, la gran comunidad de exiliados políticos nicaragüenses en el condado los hizo sentir un poco más como en casa. Significaba que estarían rodeados de personas con una comprensión de lo que habían pasado y quienes supieran cómo darles la bienvenida y darles la ayuda necesaria para establecerse.
El proceso de crear un nuevo hogar
Cuatro meses después, García Ramírez comienza a sentirse más tranquilo.
“Al principio, me sentía completamente perdido,” dijo García Ramírez. “Reyna [Hernández Mairena] y el resto del equipo nos llevaban de un lugar a otro. Hoy por hoy, nosotros hacemos nuestras propias gestiones. He aprendido hacer mis propias gestiones tanto en el banco, en las solicitudes de mis documentos. También en insertarme a la sociedad norteamericana.”
García Ramírez está en el proceso de solicitar asilo. Después de meses pasados en prisión, está enfocado en recuperar su salud. Ha encontrado trabajos ocasionales en tintorería, construcción y limpieza de casas. Sin embargo, tener un trabajo estable ha sido un desafío.
“En Nicaragua, yo era de muchas cosas: comerciante, administrador, carpintero, constructor–de muchas cosas. Electricista. Era digitador de computación, era encargado de la oficina de computación,” dijo García Ramírez. “¿Pero aquí? Aquí es muy diferente. Aquí uno no puede ejercer porque no son reconocidos nuestros estudios, verdad, que adquirimos en Nicaragua. Aquí uno tiene que volver a empezar desde cero para poder optar cualquier tipo de trabajo, cualquier tipo de labor. Lo que me gustaría hacer es cualquier cosa. Yo no quiero ser carga de nadie.”
Encontrar un buen trabajo ayudaría a García Ramírez, pero dijo que la parte más difícil de vivir en el exilio es estar separado de su familia.
“Mis hijas, a las que tanto adoro, hoy no están conmigo,” dijo García Ramírez. “Las tengo dispersadas completamente…la situación política en Nicaragua se está poniendo cada día peor.”
Sus hijas mayores se han enfrentado al acoso de la policía en Nicaragua, y una ha tenido que huir del país y ahora vive en España. García Ramírez todavía no tiene los medios para patrocinar a sus hijas en los EE. UU., pero él espera poder hacerlo en el futuro.
“Este calor familiar he perdido. Hoy por hoy, me hace falta mucho,” García Ramírez dijo.
Con la ayuda de los líderes del condado de Summit y los ONGs, García Ramírez pudo mudarse al apartamento en Silverthorne. Comparte la casa con otro ex-prisionero político, quien se negó a hablar con KUNC por temor a las repercusiones para su familia que aún vive en Nicaragua.
Pero García Ramírez está ansioso por compartir su propia historia.
“Creo que es una manera de que también las personas, la comunidad se entere de todo lo que pasa a sus alrededores,” dijo García Ramírez. “Para el conocimiento, y sea la empatía de toda la comunidad la que sienta hacia nosotros.”
A pesar de todos los cambios recientes, los exiliados nicaragüenses que viajaron a los EE. UU. en el mismo avión permanecen en comunicación.
“Tenemos un grupo por WhatsApp donde nos comunicamos, los 222 que estamos en los diferentes estados de los Estados Unidos,” dijo García Ramírez. “El tema de los diferentes chats son con respeto a las condiciones que enfrentamos todos los días. De los 222 que estamos acá, muchos estamos pasando problemas principalmente económicos…Gracias a Dios, aquí–los que estamos en Colorado, pues–hemos tenido la bendición que las personas nos hayan visto de otra forma y han atendido a nuestras necesidades.”
El congreso estadounidense tiene el poder de otorgar el estatus de refugiado a todos los ex-prisioneros, sin importar el estado al que ahora llaman hogar, una medida que abriría muchos más recursos para ayudarlos a establecerse– pero eso aún no ha sucedido.
En respuesta a una pregunta de KUNC, la oficina del Senador John Hickenlooper no quiso comentar sobre la cuestión de otorgar el estatus de refugiado a los ex-prisioneros. En un correo electrónico, su oficina respondió que el senador, “siempre ha buscado hacer de Colorado un refugio seguro para quienes huyen de la persecución política,” y dijo que están haciendo lo que pueden para ayudarlos.
Con o sin estatus de refugiado, García Ramírez dijo que está profundamente agradecido por su libertad. Podría estar todavía acostado en una celda oscura y fría en Nicaragua, pero a pesar de todo, está aquí en Colorado preparando esta taza de limonada fresca.
Removió el vaso de limonada y lo dio el toque final, una fuerte pizca de sal, justo como lo preparan en Nicaragua.
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